Una nueva promesa para el comercio mundial: navegar por los retos del siglo XXI
Hace sesenta años, varias organizaciones nacieron de una visión compartida: la creación de un panorama comercial mundial basado en la inclusión, la equidad y la prosperidad compartida. Este año, el Centro de Comercio Internacional (ITC), el Grupo de los 77 y China y la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) celebran su 60º aniversario.
El mundo ha cambiado radicalmente en estas seis décadas. Los países en desarrollo, antes relegados a la periferia de la economía mundial, se han convertido en actores principales, y representan una proporción considerable del comercio mundial y de la actividad económica.
Las pequeñas empresas, el alma del trabajo del ITC, están cada vez más integradas en las cadenas de valor mundiales, y pueden vincular ya a un agricultor de Perú con un diseñador de moda de Italia, o a un ingeniero de software de la India con un emprendedor de Kenya. La pobreza extrema se ha reducido a un ritmo espectacular y la humanidad nunca ha estado tan interconectada como a día de hoy.
Con todo, mientras celebramos estos logros, también debemos reconocer los reveses de los últimos años, con una crisis sistémica en bucle: desde la pandemia a la crisis del coste de la vida, desde el aumento de la pobreza y el hambre a la creciente carga de la deuda, y desde la proliferación de los conflictos humanos a la fragmentación geoeconómica.
Las últimas seis décadas son testimonio de que el impacto del comercio en el desarrollo no está predeterminado y que puede ser un catalizador para la inclusión, ya que empodera a las pequeñas empresas y a los emprendedores, mejora las condiciones laborales y fomenta el crecimiento sostenible. Sin embargo, también puede ser un motor de exclusión al alimentar la degradación medioambiental, perpetuar la dependencia de las materias primas y afianzar las desigualdades y los ciclos volátiles de auge y caída.
Por tanto, debemos aprovechar esta oportunidad para enfrentarnos a las crudas realidades de nuestro tiempo. La pandemia de COVID-19 puso de manifiesto las vulnerabilidades de nuestro mundo interdependiente, mientras que los conflictos en el Mar Negro y el Mar Rojo y la sequía en el Canal de Panamá han interrumpido las cadenas de suministro críticas, lo que ha subrayado la fragilidad de nuestras redes comerciales mundiales. Es imperativo ya realizar la transición hacia una economía mundial más limpia y sostenible, pero muchos países en desarrollo carecen de los recursos, las tecnologías y la capacidad necesarios para llevarla a cabo. Por su parte, el comercio transfronterizo y los flujos de inversión hacia el Sur Global no están creciendo lo suficientemente rápido como para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU para 2030.
El comercio puede ser parte de la solución, pero sólo si nosotros hacemos que así sea. Necesitamos enraizar el comercio mundial en los principios de equidad, sostenibilidad y resiliencia. Esto significa empoderar a las pequeñas empresas, en particular las de los países en desarrollo, para que participen plenamente en el comercio mundial y obtengan sus beneficios.
Significa, además, poder acceder a las tecnologías que harán posible el desarrollo dirigido por la digitalización y la transición energética; disponer de una conectividad e infraestructuras que permitan una mayor eficacia y diversificación productiva; y crear un sistema de comercio mundial en el que los países puedan unirse para competir, y crear así empleos de calidad, especialmente para las mujeres y los jóvenes.
La transición energética representa una oportunidad única para hacerlo. La inversión en energías renovables y tecnologías ecológicas puede crear nuevos empleos, reducir las emisiones y fomentar el crecimiento económico.
También puede potenciar a los países en desarrollo, muchos de los cuales son ricos en los minerales críticos necesarios para la transición ecológica. Además, puede crear nuevas cadenas de suministro mundiales que puedan aplicar en el siglo XXI las duras lecciones aprendidas en el siglo XX.
El ITC, con su enfoque en las pequeñas empresas y el desarrollo impulsado por el comercio, está bien posicionado para desempeñar un papel clave en esta transformación. Al proporcionar formación, servicios de asesoramiento y apoyo al acceso a los mercados, el ITC puede ayudar a las pequeñas empresas a navegar por las complejidades del comercio mundial y aprovechar las oportunidades de los próximos 60 años.
Esta es la promesa de 1964, la promesa que dio origen a la UNCTAD y al ITC. Es una promesa que sigue siendo tan pertinente y urgente hoy como lo era entonces. Aprovechemos este momento para reafirmar esa promesa y construir un futuro mejor para todos a través del comercio.