Financiar el futuro de la alimentación: ampliar la transición a una agricultura sostenible.
El sector agrícola y alimentario es fundamental para garantizar la seguridad alimentaria mundial. Desempeña un papel clave en la consecución de los objetivos relacionados con el clima, la naturaleza y la desigualdad. Este sector es responsable de un tercio de las emisiones mundiales y de cerca del 75 % de la pérdida de biodiversidad, por lo que su transición hacia planteamientos más sostenibles encierra un inmenso potencial para contribuir a la mitigación del cambio climático, la adaptación y la protección de la naturaleza.
Cada vez más, las empresas transforman sus cadenas de suministro para hacer frente a los riesgos climáticos y alinearse con los objetivos mundiales de sostenibilidad, mientras que los inversores y las instituciones financieras financian estas transiciones hacia modelos empresariales sostenibles. Si estos esfuerzos se ampliaran, podrían repercutir significativamente en los objetivos mundiales.
La inversión de $205.000 millones al año —aproximadamente el 2 % de todos los ingresos del sector agroalimentario— podría reducir las emisiones de los sistemas agroalimentarios casi a la mitad de aquí a 2030. Es esencial que estos costes de transición se distribuyan equitativamente a lo largo de la cadena de suministro alimentario; los agricultores no deberían soportar esta carga en solitario. El Foro Económico Mundial calcula que esta transición podría generar $1,2 billones en beneficios económicos gracias a las innovaciones agrícolas en los próximos 10-20 años.
A pesar de estas oportunidades, la complejidad del sector plantea retos a las partes interesadas a la hora de ampliar las inversiones y apoyar las prácticas sostenibles. Comprender estos obstáculos e identificar vías para ampliar los esfuerzos será esencial para impulsar un cambio que permita a los agricultores y empresas colaborar eficazmente.
Las cadenas de valor agrícolas son especialmente complejas, ya que abarcan desde la agricultura hasta la transformación, la distribución y la venta al por menor de alimentos. Los modelos de negocio agrícola dependen en gran medida de factores medioambientales, como la salud del suelo, el agua y la biodiversidad, y se enfrentan a patrones meteorológicos impredecibles. El cambio climático agrava la incertidumbre, ya que en las últimas décadas hemos sido testigos del aumento del número de fenómenos meteorológicos extremos, como sequías e inundaciones, que afectan a la producción.
Estos aspectos llevan a las instituciones financieras a considerar la agricultura como un sector de alto riesgo con rendimientos inestables que, a menudo, requiere capital para minimizar los riesgos y ofrecer soluciones de financiación viables para la transición a prácticas sostenibles.
Además, las fuentes de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) están dispersas por toda la cadena de valor y proceden de explotaciones agrícolas, cadenas de suministro y cambios en el uso del suelo, lo que complica el seguimiento de las emisiones en comparación con sectores con fuentes de emisión más directas, como la energía o la fabricación. Estos factores complican los esfuerzos por establecer una base de referencia, realizar un seguimiento y fijar objetivos climáticos y de reducción de emisiones para las inversiones.
Iniciativas como Banking for Impact on Climate for Agriculture, establecida por el Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible (WBCSD) en colaboración con otros socios, han sido fundamentales para guiar a las instituciones financieras en los pasos necesarios para determinar la base de emisiones, fijar objetivos netos cero y hacer un seguimiento de los avances.
La complejidad de las cadenas de valor agrícolas y las múltiples fuentes de emisiones exige que las soluciones financieras aborden toda la cadena de valor, haciendo hincapié en las inversiones a nivel de explotación agraria, así como en una profunda colaboración con todas las partes interesadas para promover modelos con balance neto cero.
Para reforzar la necesaria colaboración entre las múltiples partes interesadas, el WBCSD, junto con socios clave, ha organizado mesas redondas regionales en las que se debaten soluciones financieras concretas para retos específicos (por ejemplo, la producción de soja libre de deforestación y conversión, la transición a una agricultura regenerativa, etc.).
Además, iniciativas como las agrupaciones «Farmer First Clusters» del Soft Commodities Forum ejemplifican la necesaria colaboración precompetitiva en todo el sector, fomentando asociaciones que mejoran la escalabilidad y la financiación de prácticas sostenibles.
Muchas empresas e instituciones financieras ya están dando pasos significativos para alcanzar los objetivos climáticos y de sostenibilidad, invirtiendo en prácticas sostenibles y participando en colaboraciones de financiación innovadoras que fomentan una agricultura baja en carbono y regenerativa, y economías circulares. Los modelos de financiación colaborativa aspiran a incentivar a los agricultores para que adopten prácticas sostenibles y compartan los riesgos financieros y los costes asociados a la transición.
Un ejemplo es la asociación de Unilever con AXA y Tikehau Capital para desarrollar el Fondo de impacto global para la agricultura regenerativa, un fondo dedicado a acelerar y ampliar la transición hacia la agricultura regenerativa.
El Fondo para la Resiliencia del Paisaje, desarrollado por South Pole y WWF, es una colaboración financiera con fondos climáticos y empresas que se asocian para ampliar su apoyo a una adaptación climática significativa en los paisajes rurales.
Con el objetivo de reducir las emisiones de alcance 3, Yara y PepsiCo establecieron una asociación que hace hincapié en la colaboración financiera para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) vinculadas al uso de fertilizantes. Trabajando juntos en iniciativas de cofinanciación y optimizando la gestión de los fertilizantes mediante productos bajos en carbono y herramientas digitales, aspiran a reducir las emisiones de la producción y de las explotaciones, al tiempo que mejoran el rendimiento de los cultivos y promueven prácticas agrícolas sostenibles.
Los enfoques de financiación combinada, como el Fondo de Seguridad Alimentaria, combinan capital público y privado para reducir el riesgo de las inversiones en agricultura y hacen que el desarrollo sostenible sea más viable desde el punto de vista financiero para los pequeños agricultores y las empresas. Las colaboraciones en la cadena de suministro también están impulsando el progreso, con iniciativas como la Farm to Market Alliance, que apoya a los pequeños agricultores mediante la mejora de la productividad, la estabilidad de los ingresos y el aumento de la resiliencia. Estos esfuerzos muestran cómo el sector privado puede desempeñar un papel transformador en la adopción de prácticas sostenibles en las explotaciones agrícolas.
Aunque se están implementando iniciativas y modelos de financiación prometedores, la ampliación de estos esfuerzos a todo el sector agrícola y alimentario sigue siendo un reto importante. Los esfuerzos para fomentar la inversión del sector privado deben reconocer el papel fundamental de los sistemas agroalimentarios para alcanzar los objetivos mundiales, así como su complejidad.
Es necesario ampliar los mecanismos de reducción de riesgos, como la financiación en condiciones favorables, para disminuir los riesgos percibidos en el sector y facilitar el acceso a los préstamos para la agricultura sostenible. Además, exigir la publicación de los resultados financieros de operaciones de financiación combinada anteriores proporcionaría datos que permitirían a los inversores evaluar con mayor precisión el perfil de riesgo-rentabilidad potencial de futuras inversiones.
Es necesario mejorar la colaboración a lo largo de las cadenas de valor mediante iniciativas de acción colectiva con un profundo compromiso de las partes interesadas, de modo que los costes y los riesgos puedan compartirse de forma equitativa. Las políticas de apoyo y los marcos normativos, como las ambiciosas Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional con objetivos claros para los sistemas alimentarios, hojas de ruta y estrategias de inversión y políticas financieras y comerciales que incentiven la inversión en el sector, son fundamentales.
Por último, el desarrollo de capacidades y la agilización del acceso a la financiación son esenciales, sobre todo para las pequeñas empresas y los pequeños agricultores. La simplificación de los procesos financieros y la provisión de las herramientas y los conocimientos necesarios puede capacitar a estas partes interesadas para adoptar y ampliar de manera más eficaz las prácticas sostenibles.