Aprovechar las oportunidades en un entorno difícil para el comercio
Los últimos años han sido difíciles para el comercio mundial, entre la pandemia de COVID-19, las tensiones geopolíticas, las barreras comerciales y los conflictos, por no hablar de la crisis climática.
Y sin embargo, el comercio ha mostrado una gran resiliencia.
El comercio mundial de bienes y servicios en 2023 ascendió a 30,4 billones de dólares de los EE. UU., cerca de su máximo histórico. A finales del año pasado, el comercio de mercancías era un 6 % superior en términos de volumen, al máximo alcanzado antes de la pandemia, en 2019. El valor del comercio de servicios aumentó un 21 % con respecto a los niveles anteriores a la COVID-19.
Las semillas de esta resiliencia se sembraron durante décadas, remontándose a la creación de la Organización Mundial del Comercio hace treinta años - y de hecho medio siglo más allá, a la Conferencia de Bretton Woods de 1944 y la posterior creación del sistema comercial multilateral de comercio basado en normas.
Los lazos comerciales y de inversión transfronterizos desarrollados a lo largo de años de mercados internacionales previsiblemente abiertos han resistido bien, en su mayor parte, a las sacudidas, desde la crisis financiera mundial hasta la pandemia y la guerra en Ucrania.
El aumento del comercio ha ido de la mano de las mejoras en el bienestar humano. En los últimos treinta años, el valor del comercio mundial casi se quintuplicó, y este rápido crecimiento posibilitado por el comercio ayudó a sacar de la pobreza extrema a más de 1500 millones de personas.
Entre 1995 y 2022, las economías de renta baja y media duplicaron su porcentaje en el volumen total de las exportaciones mundiales, y pasaron del 16,5 % al 32 %, y la proporción de sus poblaciones que subsisten con menos de 2,15 dólares de los EE. UU. al día se redujo del 40 % al 10 %.
Los países ricos también se han beneficiado de las mayores oportunidades de exportación, el mejor acceso a los insumos y el mayor poder adquisitivo, sobre todo en el extremo inferior de la distribución de la renta. Los investigadores del Instituto Peterson constatan que el comercio internacional impulsó el PIB estadounidense en un 10 % a partir de 2022, lo que equivale a 19.500 dólares de los EE. UU. anuales por hogar.
Sin embargo, también debemos reconocer que no todos compartieron este progreso. Muchos países pobres, especialmente en África, no pudieron acceder a los mercados internacionales en crecimiento. Y dentro de algunos países ricos, muchas personas y lugares pobres quedaron rezagados por el cambio económico y social.
Esto último, en particular, contribuyó a alimentar una reacción política contra el comercio, que se ha visto amplificada tanto por las rivalidades geopolíticas como por las interrupciones del suministro de la época de la pandemia que pusieron de manifiesto las vulnerabilidades derivadas de la excesiva concentración en algunos productos y relaciones comerciales.
Hemos asistido a una creciente oleada de restricciones comerciales, subsidios y otras medidas de política industrial, motivadas tanto por consideraciones de seguridad como climáticas. Estas han sido un factor de la fragmentación que ha empezado a aparecer en los datos económicos, con unos flujos comerciales y de inversión que se mueven cada vez más en línea con la alineación geopolítica de los países.
Permitir que la fragmentación se profundice sería muy costoso. [Los economistas de la OMC calculan que si la economía mundial se desacoplara en dos bloques autónomos, las pérdidas resultantes serían de al menos el 5 % del PIB mundial real, algo peor que los daños de la crisis financiera mundial]. Las perspectivas de crecimiento de las economías pequeñas y en desarrollo serían las más afectadas.
La buena noticia es que, dentro de los retos a los que nos enfrentamos, existen oportunidades de utilizar el comercio para impulsar el crecimiento, la resiliencia, la inclusión socioeconómica y la sostenibilidad medioambiental.
Podemos hacer que las cadenas de suministro sean más resilientes a las crisis haciendo que los países y las comunidades pasen de las orillas a la corriente principal de las redes de producción mundiales, lo que en la OMC llamamos la «desglobalización». Esto también fomentaría el crecimiento, el desarrollo y la creación de empleo en lugares de África, América Latina y Asia que no han participado adecuadamente de los beneficios del comercio.
Con la conexión de más microempresas, pequeñas y medianas empresas y empresas propiedad de mujeres con los mercados mundiales se fomentaría la inclusión socioeconómica.
El comercio es indispensable para difundir las tecnologías con bajas emisiones de carbono y ya ha contribuido a reducir el coste de la energía solar y eólica. Pero podemos acelerar la búsqueda del cero neto aprovechando las ventajas comparativas ecológicas: si los países se especializan en aquello en lo que son relativamente ecológicos y comercian, el resultado son unas emisiones globales mucho más bajas.
La desglobalización requiere un sistema multilateral de comercio abierto y eficaz. Para muchos países y empresas, esto debe complementarse con un apoyo a la oferta similar a la que ofrece el Centro de Comercio Internacional (ITC).
El ITC ha recorrido un largo camino desde sus comienzos con una pequeña plantilla en un edificio del GATT hace sesenta años. Pero tomando prestada una frase de la Directora Ejecutiva Pamela Coke-Hamilton, aún tiene un gran papel que desempeñar en el cambio del comercio para cambiar vidas.