Hace diez años, China se adhirió a la Organización Mundial del Comercio
(OMC). Si bien de forma totalmente inesperada, su condición de miembro y su
integración en la economía mundial han repercutido positivamente en la
prosperidad mundial. Los consumidores han visto cómo el precio de las
importaciones es ahora más bajo; por otro lado, desde un punto de vista
general, el aumento en la competencia a nivel mundial dio lugar a grandes
mejoras en el bienestar de la población.
Sin duda, se trata de un éxito más de la OMC, y algo de lo que la
Organización y China pueden estar muy orgullosos. Es más, ahora que las
negociaciones sobre el comercio multilateral no están avanzando tan rápidamente
como a todos nos gustaría, es necesario repetir y hacer todavía más hincapié en
dicho éxito. La mayor parte del mérito se atribuye a Long Yongtu, Viceministro
de Comercio Exterior y Cooperación Económica de China, y uno de los principales
arquitectos de este logro.
Asimismo, tampoco conviene olvidar la historia de la globalización (el
nuevo orden económico), un movimiento que, en gran medida, comenzó en China
como consecuencia del cambio experimentado en las políticas bajo el liderazgo
de Deng Xiaoping, después de 1977. Uno de sus conceptos rectores era ‘buscar la
verdad en los hechos’. La nueva política de China no sólo cambió el curso de la
historia, sino que su mensaje hizo cambiar por completo la percepción del
sector privado en el mundo en desarrollo y en la política económica a nivel
mundial.
La Mesa Redonda Europea de Industriales (ERT, por su sigla en inglés)
analizó esta transformación en tres informes consecutivos, el primero de los
cuales data de principios de los 90. En este trabajo, se pudo observar una
oleada de mercados autónomos en proceso de apertura, y la liberalización,
modernización y globalización de reglas y normativas relacionadas con el mundo
empresarial; todo ello se debió, en gran parte, a la competencia existente
entre unas normas y otras.
Como resultado de estos cambios, se movilizaron más recursos privados (de
inversión local y extranjera) y, lo que es todavía más importante, las
inversiones llegaron a ser más eficaces. En otras palabras, la relación
marginal capital-producto de las economías en proceso de apertura mejoró de
manera significativa. Desde una perspectiva general, este impulso de la
actividad empresarial ha tenido (y sigue teniendo) un gran impacto en la
prosperidad. Desde 1980, han sido más personas las que han logrado salir de la
pobreza, vivir en una modesta situación de prosperidad, e incluso mejorar su
calidad de vida: un hecho que no se ha dado en ningún otro periodo de la
historia.
De la misma manera, las estadísticas sobre el PIB a nivel global también
reflejan el éxito alcanzado. Desde el año 2000, la media de crecimiento de las
economías en desarrollo ha sido tres veces mayor que en el caso de las economías
más avanzadas. Gracias a la reducción de la influencia del poder estatal, la
eficacia de las inversiones experimentó una notable mejora desde 2000 hasta el
comienzo de la crisis financiera en 2009; de hecho, se duplicó. Sin embargo,
durante el mismo periodo, la eficacia de las inversiones en las economías
avanzadas se vio reducida en un tercio. Asimismo, hubo otro factor de cambió
que también se hizo notar. Según el Informe Mundial de Inversiones de las
Naciones Unidas 2011, en 2010, un 29% de las inversiones extranjeras directas
(IED) provenía de las economías emergentes, en oposición al 2%-4% registrado en
los años 80.
Los dirigentes de las
economías avanzadas deben aprender a escuchar con más atención. Los países
europeos endeudados necesitan con urgencia IED como forma de flujo financiero
que no genera deudas. Las economías avanzadas necesitan consejos sobre las
condiciones bajo las que recibirán las IED por parte de las economías
emergentes. En definitiva, el debate sobre las condiciones para la realización
de inversiones ha cambiado: ahora, somos nosotros los que cada vez más
necesitamos los consejos de nuestros asociados chinos.